Me puse de pie, logrando observar desde otra perspectiva
aquel desorden que cubría el suelo de aquella pequeña pero luminosa habitación.
Cinco cajones consecutivos repletos de tratos sucios y viejos fueron los
culpables de que perdiera tres valiosas horas de mi tiempo personal pero, al
parecer, mi destino no era aburrirme.
Aquella tarde mi destino me implicó en un sentimiento poco
común en mi, “nostalgia”. No era propio que mi orgullo me permitiera bajar la
cabeza y experimentar aquello que una pequeña caja repleta de fotos de las
pequeñas escapadas que, como suspiros, habían pasado ante mí durante todos los años
de mi vida. El Time Square adornado con luminosos carteles de musicales, El Big
Ben mostrando su antiguo e imponente reloj marcando las doce en punto, puestos
de tablas de surf californianos, los lujosos coches de Los Ángeles, y la noche
parisina mostrando el porque es llamada “la ciudad de la luz”. La Torre Eiffel
iluminada por más de mil bombillas permitían ver los alrededores de esta; un
carrito de bebe, una pareja de ancianos, y una camisa blanca acompasada de unos
ojos verdes grisáceos, que escondían un te quiero en cada diminuta vena que recorrían
su retina, eran las características más destacadas de él que durante estos dos años e habían
acompañado en todo momento.